domingo, 7 de octubre de 2007

ana y armando

-¡Vamos, por este lado todos, unidos!– Se escuchaban los gritos de un joven, del que su baja estatura dejaba ver apenas su pelo erizado; su voz sonaba con tanta fuerza que podían escucharlo a metros los muchachos que marcharían ese día. Ana y Armando estaban juntos como hace ya unas semanas, su relación se había fortalecido entre las estrategias y las organizaciones estudiantiles entre mítines y gritos. Apoyaban la lucha y ese día habían decidido marchar por su credo.Minuto a minuto llegan más y más jóvenes que se unen a la marcha. Armando toma la mano de Ana y la aprieta fuerte enviándole una invitación que sólo Ana entiende, caminan sin hablar, se miran ocasionalmente. Ana camina y sabe que va trazando un camino de silencios entre el barullo de la multitud. Armando la acompaña con miradas furtivas que queman, ella voltea lentamente y acaricia su brazo, Armando responde las caricias con sonrisas. Él la mira y alza las cejas pidiéndole le permita alzar su falda, Ana responde sí; con una sonrisa tímida, salen de la contingencia dejando a sus amigos que gritan apasionados por sus ideales. Armando jala a su novia y entran a un hotel que esta en la calle donde marchan pandillas de jóvenes a quienes no les importa que se retiren dos a seguir con una pasión alterna; al fin es pasión.Ella entra corriendo, él pide las llaves de la habitación y la alcanza, entran, cierran la puerta y las ventanas. Una habitación clausurada permite la libertad de dos cuerpos que se aman. Armando la abraza con fuerza, la sujeta, sellando su cuerpo, eternizando el momento. Afuera, un soldado del ejército sostiene un arma; la abraza y acaricia el gatillo esperando una señal, un momento climático para alzar el fuego y estallar el ardor. La señal esta cerca, la orden la da Ana. Ya es tiempo, el ejército prende el fuego y las balas penetran los cuerpos. Armando se siente consumado. En la plaza, los estudiantes se agachan para cubrirse dejando su espalda como blanco del ataque; hay silencios y gemidos de dolor y pasión, la plaza y las sábanas se manchan de carmesí: el color de la pasión. Después viene la zozobra, la tranquilidad, la angustia, la paz y la culpa, ana y armando alcanzan la marcha, una marcha muerta, caminan entre la sangre que se fusiona con las lágrimas; forman el dolor.